Algodoneros incendiarios

 Como iba sentada y tenía todos los detalles de mi viaje en mente, aproveche de dormir.

- Llegamos

Decía una voz robótica. Me recordó palabras que han dicho otras en otro tiempo como Corazona de robota, metales raros, incluso fierro viejo.

La bocina de luz dio más instrucciones, todas ellas relacionadas con una lista de posibles y recurrentes olvidos entre los Turistas de tiempo contemporáneos.

A diferencia de otros viajes largos éste no me hizo sentir la sangre espesa o dimensiones de gigante. Había una luz cereza en cada muro, lo inundaba todo, entonces me sentía jovial, hermosa y bendecida. 

- ¿Qué era? Pregunté en voz alta: ¿Por qué viajo sola?

- No es que nadie más esté viajando. Debes cruzar y llegar por fin a la salida. Me respondía la Voz de quirófano. Al final de este gran pasillo sin frontera están los campos de Estación salida.

Mientras camino me acuerdo, evoco la frescura del día, el barullo, los tendidos frenesí: la luz hermoseadora son las lonas rojas de los tianguis de mi infancia. 

Al final del pasillo, aparecieron frente a mi, todos juntos y en millares: los algodoneros incendiarios. Eran ellos.

- A partir de aquí, el transporte es tuyo. Dijo fuerte el megáfono de pueblo.


(Campos algodoneros incendiarios, 1911)


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